En un circuito musical donde la autogestión es ley y los escenarios se sostienen a pulmón, APIDRA irrumpe como un vendaval. La banda no nació por casualidad ni como un simple pasatiempo: surgió como un descargo emocional, una necesidad visceral de poner en canciones todo aquello que quema por dentro.
“Queríamos un espacio donde poder expresar toda la mierda que uno pueda transitar”, dicen sin rodeos. Ese gesto de sinceridad brutal se traduce en cada acorde, en cada grito, en cada pogo que desata el público. Pero lo que empezó como un refugio íntimo se convirtió pronto en un estallido compartido, donde los que escuchan encuentran también un espejo y un grito de resistencia.
Los comienzos estuvieron lejos de ser cómodos: guitarras criollas reemplazando bajos, falta de equipos, una sola guitarra eléctrica para todo. El caos, sin embargo, se transformó en identidad. “Las carencias nos curtieron como grupo. Cada ensayo fue un aprendizaje constante”, cuentan. La llegada de Nacho Kova (batería) marcó el punto de quiebre: el proyecto tomó forma y solidez junto a Juanse Ragno (voz y guitarra), Nico Ragno (guitarra principal) y Fer Flores (bajo y voz).
Definirlos no es tarea sencilla. Su música oscila entre la agresión punk y la densidad stoner, con reminiscencias sabbath y un pulso dinámico que no da respiro. Los shows son pura energía: saltos, gritos, euforia colectiva. “Todavía no hemos sacado los temas, pero la gente ya los vive como propios”, admiten. La crudeza es tal que los conciertos terminan siendo un desgaste físico tanto para la banda como para el público.
Para APIDRA, ser parte del under es más que un rótulo: es una forma de sostenerse en comunidad. Comparten escenarios, equipos e insumos con otras bandas, potenciando lo que tienen en común: la convicción de que la escena crece desde abajo y de manera colaborativa. “El under implica tocar mucho, convivir con bandas distintas pero con ideas similares. Es una trinchera que se sostiene entre todos.”
La intensidad de la propuesta se refleja en la entrega de sus seguidores. La anécdota más reciente es elocuente: en su show del 26 de septiembre en Contracorrientes, la sala se convirtió en un campo de batalla de cuerpos que volaban desde los parlantes hacia el mar humano del pogo. “Varios nos dijeron que llegaron a sus casas llenos de moretones… pero felices. Esa entrega nos marca. Es un público que sangra con cada pogo.”
Las letras atraviesan la oscuridad, la bronca y el dolor, pero siempre desde un punto de lucha. Una canción resume esta esencia: “Hole/DiabetesClub”, un viaje que empieza con ironía y sarcasmo para transformarse en brutalidad pura, imposible de ignorar. Es, dicen, el tema que mejor condensa la mezcla de humor negro y crudeza que define a la banda.
Tocar no es sencillo. “No hay muchos espacios creados y sostenidos para la cultura, menos aún para propuestas que implican pogos y caos.” Aun así, reconocen que en comunidad y con trayectoria se abren caminos.
El próximo paso es claro: grabar y sacar sus canciones para llegar más allá de los shows en vivo. Mientras tanto, quieren seguir creciendo en la escena local y, a mediano plazo, llevar su propuesta a otras provincias, encontrarse con nuevos públicos y seguir expandiendo esa energía arrolladora.
¿Qué le dirían a alguien que todavía no los escuchó? La respuesta es simple y contundente:
“Que se anime. Nuestros shows son más que música: son experiencias intensas, casi teatrales. Desde la entrada hasta la performance, cada detalle está pensado para que la crudeza se viva como una obra única. Una experiencia brutal que vale la pena atravesar.”
Por: @jukaorsales (@uva.rocks)
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